Los primeros pasos en la danza del vientre

¿Cómo se decide una a tomar clases de danza del vientre? 

¿Cómo se decide una a tomar clases de danza del vientre? 
Las razones que nos llevan a dar nuestros primeros pasos en este fascinante mundo del raks sharki pueden ser de lo más variopinto.
Algunas alumnas vienen buscando alguno de los muchos beneficios que nos ofrece la danza oriental: A nivel físico, mejora la circulación y la presión sanguínea, los dolores menstruales, la higiene postural, la lubricación de las articulaciones y mucho más. A nivel emocional, favorece la autoestima, la armonía, la creatividad, la expresión y la femineidad, así como la liberación de los miedos. Otras acuden a nuestra escuela movidas por la curiosidad que despierta el exotismo de este arte oriental, y otras pocas, que sólo desean su propio disfrute y un momento de alejamiento de la rutina diaria, se dejan llevar por alguna amiga o conocida que las trae hasta nuestra puerta. Sólo unas pocas cruzan el umbral por primera vez con el firme propósito de ser bailarinas profesionales. Algunas vienen con la intención de bailar sólo en clase, para ellas mismas o con sus compañeras de grupo. Otras enseguida se imaginan bailando ante amigos y familiares y la mayoría mira con cierto miedo el momento de subirse a un escenario. Sin embargo, ya son varias las alumnas que han pasado por esta escuela y han decidido tomar la vía profesional. Para todas ellas el comienzo ha supuesto un desafío. Todas han tenido que sortear algún obstáculo que amenazaba su avance. Y todas lo consiguen. Aunque el camino arranca irremediablemente con una buena dosis de técnica y práctica que puede ofrecernos una cierta dificultad y requerirnos el consecuente esfuerzo, no debemos contemplarlo como una senda infranqueable: algunos obstáculos son reales, otros los creamos nosotras mismas.

Por una parte, algunas futuras bailarinas se encuentran con ciertos bloqueos de la movilidad. Éstos pueden tener un origen propiamente orgánico debido a una lesión o enfermedad pero en la mayoría de alumnas estos bloqueos se deben a razones psicológicas aunque se manifiestan claramente en el plano físico. En el primer caso, la danza no resolverá el problema pero sí mejorará en cierto grado la movilidad. En el segundo caso, la solución es más asequible. Las tres zonas que suelen presentar rigidez son el cuello, el tórax y la pelvis. La clave para desbloquearlas consiste en relajarse al máximo, sentir la música y practicar los movimientos que se aprenden en el calentamiento, movilizando con especial atención la zona más problemática. La paciencia es aquí imprescindible: si nos agobiamos por no poder realizar adecuadamente un movimiento, el estrés aumentará la tensión muscular, que a su vez se traducirá en más rigidez. Una buena idea es practicar en casa con música e iluminación suave, concentrándonos en nuestra respiración.

Además, es sólo una cuestión temporal que desarrollemos una mejor conciencia corporal y coordinación. Debemos recordar que el cuerpo necesita un tiempo para asimilar aquellos movimientos que no solemos realizar en nuestra vida cotidiana (desafortunadamente, en nuestra cultura no está muy bien visto que una mujer camine por la calle moviendo de lado a lado sus caderas y ni hablemos ya de mover el pecho), movimientos naturales de nuestro cuerpo, por cierto, que se pueden realizar sin ser contorsionista. De hecho, podemos llegar a realizar un trabajo elegante y bello con los movimientos básicos de danza del vientre sin necesidad de realizar grandes proezas técnicas.

Por otra parte, muchas alumnas se encuentran (y me incluyo) con otro tipo de obstáculos, los que nos presenta nuestra mente. Pueden ser de distinta índole pero las causas se pueden resumir en dos: baja autoestima o falta de confianza en una misma. Por ejemplo, en cada clase nos encontramos con un grupo heterogéneo de alumnas. Se pueden observar diferentes ritmos de aprendizaje. Las alumnas que ya habían aprendido previamente alguna danza suelen avanzar más rápidamente ya que poseen cierto bagaje a nivel técnico y coreográfico. Otras simplemente tienen más facilidad innata que las demás. Compararse con estas alumnas aventajadas hace saltar la duda en la mente de otras compañeras. Sin embargo, la mayoría de veces no nos hace falta compararnos con nadie. Somos nuestras peores jueces ante el espejo: "qué torpe soy...", "no doy pie con bola...", "parezco un poste...". En mis primeros días como alumna principiante, mientras mi maestra desplegaba toda su elegancia en una perfecta ondulación de brazos, yo misma me recordaba a una cría de buitre leonado agitando las alas al iniciar sus primeras prácticas de vuelo. Muchas somos implacables cuando se trata de la auto-crítica pero habría que aprenderse bien el sabio dicho popular: "querer es poder". Y así es realmente. No importa nuestra condición física, edad o habilidad innata. Con buen ánimo, confianza en nosotras mismas, práctica y paciencia conseguiremos ser estupendas bailarinas. Y sobre todo, debemos intentar disfrutar al máximo de la danza, la música y el grupo.

En mi caso, cuando cruzo la puerta de la escuela dejo fuera las preocupaciones. Es un paréntesis en el agitado horario laboral y familiar en el que me reencuentro conmigo misma. No existe nada más; el interminable parloteo de mi mente cesa de golpe y sólo existe el aquí y el ahora. Y la danza. Y la música. En tres años he pasado de nivel principiante a avanzado y a ser profesora de nivel inicial. Ni lo hubiera soñado el primer día. Y nunca antes había aprendido ningún tipo de baile, ni tengo un cuerpo perfecto con una estupenda condición física, ni una especial facilidad para la danza. Sólo puedo decir que he disfrutado cada clase que he tomado, cada tema que he bailado, cada coreografía que he preparado. Y esa es mi meta principal, vivir la danza y seguir aprendiendo, sin prisas, sin miedos, sin agobios. Confiando en mí misma y haciendo las paces con mi cuerpo.

En resumidas cuentas, la autoconfianza es nuestra mejor aliada. Podremos pasarlo bien bailando si realmente creemos que podemos hacerlo, si nos liberamos de las tensiones y nos relajamos, si dejamos que la energía de la música fluya a través de nosotras, si de veras creemos que somos y nos sentimos bailarinas. Debemos tenerlo siempre presente: cuando nos ponemos la ropa de danza y nos calzamos las zapatillas ya no somos estudiantes de Derecho, maestras de educación infantil, administrativas, amas de casa, madres de familia numerosa o de un solo infante que vale por cuatro... Sobre el parquet somos bailarinas desde el primer día.

Belén Villares

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